LOS ADOLESCENTES Y LA COCAINA
Accidentes, violencia y sida: los frutos ocultos de la droga
El consumo también aumenta los choquesa violencia y dispara enfermedades psiquiátricas. Según un sondeo, sólo 4,5% de los alumnos que usan sustancias ilegales se cuida en todas las relaciones sexuales.
Claudio Savoia.
Esta vez no se trata de medir cuánto demora una droga en generar adicción, ni de evaluar si la cantidad consumida alcanza para dañar la salud. El impacto del uso y abuso de sustancias legales e ilegales va mucho más allá, incluso, del riesgo cierto de una intoxicación o una sobredosis: infartos, brotes psicóticos y hasta suicidios; violencia, accidentes, contagio de sida, embarazo precoz. Dramas que, asociados a un mayor consumo de drogas, empiezan a multiplicarse entre adolescentes y jóvenes de clase media.
Hace diez días, Clarín difundió un estudio de la Organización de Estados Americanos y Naciones Unidas que señala a la Argentina como el país sudamericano con más alto consumo de cocaína entre estudiantes secundarios, un diagnóstico que los organismos locales profundizaron: según datos de la Secretaría de Prevención de las Adicciones y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), el consumo de cocaína entre escolares creció un 170 por ciento desde el 2001. Hay más cifras.
En una encuesta voluntaria y anónima realizada en el 2006 por el Instituto Superior de Ciencias de la Salud (ISCS) entre 2.817 alumnos secundarios de Capital y Gran Buenos Aires “a la que este diario accedió en exclusiva”, el 9,48 por ciento de los entrevistados admitió usar drogas.
Pero desagregando este promedio por zonas y relacionando los datos sobre consumo con el poder adquisitivo de sus padres, los números cambian. Y asombran: mientras que en zonas de bajos ingresos familiares se droga el 5,16 por ciento de los consultados, en los barrios de altos ingresos lo hace el 25 por ciento. Cinco veces más. El estudio revela que, entre todos los chicos que contestaron el interrogatorio y aceptaron estar consumiendo drogas, seis de cada diez viven en familias con ingresos que superan los 2.000 pesos.
Un detalle más, y muy elocuente: el 77 por ciento de los encuestados son mujeres. «Los padres con más altos ingresos tienen hijos que están más expuestos a la droga y caen más en la tentación. Estos chicos deberían tener mucha más protección.», dice a Clarín Claudio Santa María, rector del Instituto y responsable de la investigación. «Por el contrario, en barrios del segundo cordón del gran Buenos Aires, casi suburbanos, el uso de drogas se desploma y en cambio crece el consumo de alcohol. » Pero detrás de las cifras hay realidades e historias que no caben en un número. ¿Qué problemas tienen, qué cosas les pasan y a qué riesgos se exponen hoy los adolescentes que consumen drogas? Empecemos: Enfermedades psiquiátricas «Al efecto tóxico y al deterioro de la función cognitiva que padece el que consume, hay que sumar otro peligro: la droga puede desenmascarar una vulnerabilidad genética y desencadenar alguna enfermedad mental. Se pueden disparar cuadros de esquizofrenia, psicosis y alucinaciones en personas que tenían una predisposición de fábrica a padecer esos trastornos» explica el psiquiatra Luis Herbst, especialista del hospital Borda. «Esas patologías quizás hubieran quedado ocultas para siempre o hasta más adelante, pero asoman al exponer la mente a un estresor como la cocaína, la marihuana u otras sustancias», agrega. Según Herbst, la relación entre abuso de drogas y patología psiquiátrica severa es frecuente, aunque es prudente a la hora de asociarla directamente con casos de suicidio. «Sí podemos afirmar que el desencadenamiento de una patología anímica o emocional en la pubertad o en la adolescencia es de una altísima morbilidad y mortalidad.
No sólo hay mucho riesgo de autoagresión sino que el abuso de drogas genera resistencia al tratamiento farmacológico. Cuando llega un paciente adicto y uno quiere usar fármacos para curarlo, el efecto es menor y la mortalidad crece». Los expertos, además, asocian el uso de drogas con la muerte joven en lo que llaman «para-suicidio», una etiqueta que técnicamente agrupa la gran cantidad de casos de jóvenes cuya conducta autodestructiva o riesgosa los termina matando sin que lo busquen directamente. O sí: en Argentina cinco adolescentes se quitan la vida cada semana, y desde 1990 la tasa de suicidio en esa franja etaria prácticamente se duplicó. «La relación de esas muertes con las adicciones se verifica en muchos casos», coinciden algunos especialistas. Pero más allá de las opiniones, las estadísticas son elocuentes: en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, la tasa de mortalidad de jóvenes de entre 14 y 19 años se triplicó desde mediados de los 90. Y en 2003 casi el 70 por ciento de esos fallecimientos fueron causados por causas externas: accidentes, violencia, suicidio. «En la gran mayoría, de una u otra manera, estuvieron detrás la droga o el alcohol: el que murió había usado sustancias o fue víctima de alguien que había consumido», asegura el ministro de Salud bonaerense, Claudio Mate. Accidentes, violencia y delito «Como alcaloide, la cocaína y sus derivados tienen una expandida incidencia en la violencia y en los accidentes de tránsito. El daño directo o asociado a ella es muy grande, porque por un lado trastroca el comportamiento y reduce el autocontrol y por el otro produce paranoia y delirio de persecución: ese combo se traduce necesariamente en reacciones violentas: para el consumidor de cocaína el entorno es amenazador», explica Mate.
Según revelan las estadísticas de los servicios de guardia de la provincia de Buenos Aires, el alcohol y la droga causan cuatro de cada diez accidentes de tránsito (también el 37 por ciento de los de trabajo), disparan el 75 por ciento de los episodios de violencia y están presentes en más del 35 por ciento de las detenciones que realiza la Policía Bonaerense, según datos del Ministerio de Seguridad de la Provincia. «Una vez que la persona genera adicción comienza a perder el control de sí mismo. Muchos empiezan por vender objetos propios, luego roban en casa y terminan en el delito. El camino es inevitable», asegura Herbst. En la Secretaría de Atención a las Adicciones de la provincia de Buenos Aires (SADA) tienen datos al respecto: «El 60 por ciento de los consumidores de pasta base, un derivado de la cocaína, reconoció haber hecho algo contra la ley para consumir», confió a Clarín su titular, Patricia Segovia. Riesgo de contagio de sida y embarazo precoz.
En la encuesta 2006 del ISCS, sólo el 32 por ciento de los alumnos secundarios consultados dijo «usar preservativo siempre». Una proporción peligrosamente baja, pero que a su vez se desploma entre los chicos que admiten usar drogas: apenas el 4,5 por ciento de ellos se cuida en todas sus relaciones sexuales, lo que agiganta los riesgos de contraer sida. Además, 70 chicos confesaron que su debut sexual fue inducido por drogas o alcohol. «Es un problema que nadie ve», se desespera el doctor Santa María, titular del ISCS. «Además, aunque ya no es moda, todavía existe la práctica de que varios chicos contratan una prostituta para debutar o festejar algo. Por eso pido que se vuelva a exigir la libreta sanitaria a los trabajadores sexuales, como hacen en Uruguay.» La falta de cuidado repercute también en embarazos no deseados, que muchas veces terminan en abortos clandestinos: 100.000 chicas menores de 19 años dan a luz cada año en el país. Infartos y enfermedades coronarias «La cocaína produce estímulos que contraen las arterias y causan espasmos coronarios. Algunos duran minutos, pero otros pueden seguir más de media hora y causar infartos», explica el doctor Arnoldo Girotti, jefe de unidad coronaria del Hospital Ramos Mejía.
«Los consumidores crónicos, además, desarrollan aceleradamente un tipo de ateroesclerosis por dilatación de las paredes arteriales, que se debilitan, se rompen y forman coágulos que terminan obstruyendo la circulación», dice.
El doctor Daniel Avayú, jefe de cardiología del Hospital Alvarez, realizó hace dos años una investigación entre 79 personas internadas en dos granjas de recuperación de adictos ubicadas en Monte Grande. «La mayoría tenía entre 15 y 30 años. Y el 38 por ciento tenía o había tenido alguna patología cardíaca», revela. «Había de todo: 11 por ciento con cardiopatías isquémicas, 9 por ciento de arritmias, 6 por ciento con patologías dilatadas, 4 por ciento de hipertróficos y 3 por ciento de hipertensos.» En el servicio de adicciones del mismo hospital, «cerca del 15 por ciento de los pacientes jóvenes tiene patología cardiológica derivada del consumo de cocaína», asegura la doctora Susana Calero, al frente del área de psiquiatría. Otras enfermedades «Son frecuentes los trastornos de las vías respiratorias producidos por las sustancias con que se corta (se rebaja) la cocaína en Argentina. Causan patología pulmonar, congestión nasal crónica, hemorragia y perforación del tabique nasal», explica Calero.
Allí, las consultas crecen considerablemente los fines de semana. También en el hospital Fernández observan un importante incremento en las consultas por adicciones. «Tenemos unas 900 por mes, la gran mayoría de clase media, y por alcohol y cocaína fundamentalmente. La mayoría de los pacientes consume varias sustancias. Muchos intentan bajar los efectos molestos de la cocaína con psicofármacos, alcohol o marihuana y llegan con cuadros clínicos muy confusos y graves», cuenta el doctor Carlos Damin, al frente del servicio de Toxicología del hospital. Y sorprende con un dato: «Recibimos cada vez más casos de adolescentes con cuadros de intoxicación serios por mezcla de alcohol y bebidas energizantes. Estas últimas les permiten aguantar más sin dormirse, y entonces toman mucho más alcohol que antes.
Recibimos chicos con niveles de ebriedad graves. Es uno de los problemas que más nos preocupan hoy. Tenemos casos desde 15 años», revela Damin.
En la Secretaría de Atención de las Adicciones de la provincia de Buenos Aires también están preocupados por esta peligrosa moda: «en un estudio que acabamos de terminar encontramos que el 59 por ciento de los chicos mezcla alcohol y energizantes antes de los 18 años», comentó a Clarín Patricia Segovia, su titular.
Deserción escolar. Carlos Souza, presidente de la Fundación Aylén, un centro de rehabilitación, advierte que «el abuso de sustancias produce dificultad o imposibilidad de sostener cualquier tipo de responsabilidad (escolaridad, trabajo, proyectos, actividades deportivas, etc.) y deteriora el sistema cognitivo (capacidad de pensar con claridad). Por eso muchos adictos terminan dejando la escuela». Semejante abanico de consecuencias físicas, psíquicas y sociales instala otra pregunta: ¿se está encarando el problema del modo correcto? «El daño sanitario que produce la cocaína es inmenso, y por eso propongo cambiar la ley de estupefacientes y establecer prioridades de persecución criminal, como tienen otros países.
En términos sanitarios no todas las drogas son iguales: en Argentina, la pasta base en primer lugar y luego la cocaína tienen un impacto social importantísimo y debieran ser las drogas más atacadas por los organismos de control», opina Mate.
Pero los especialistas coinciden en que hay otro escenario más a mano para poder atacar el problema, y es justamente la escuela. Allí donde muchos chicos conocen o terminan compartiendo drogas, allí donde ÷al menos hasta que la adicción los haga dejar las aulas÷ el Estado los tiene bajo su mirada. «La vida de un adolescente no puede ser una ruleta rusa. Y la diferencia la hace la educación», considera Claudio Santa María. «Nosotros tenemos una carrera de técnico en prevención de adicciones, que dura dos años y medio.
En otros lugares serios también se enseña, y es fundamental: los técnicos deberían integrar gabinetes escolares junto con los psicopedagogos y psicólogos», propone.
Por lo pronto, hasta ahora sólo los programas escolares de la provincia de Buenos Aires tienen contenidos obligatorios relacionados con la prevención de las adicciones, algo que no estuvo contemplado en la flamante Ley Federal de Educación. «Fue una oportunidad perdida», disparan los expertos. El ministro de Educación de la Nación y flamante candidato a jefe de gobierno de la ciudad, Daniel Filmus, cree que «no se puede recargar en la escuela la responsabilidad de desterrar las drogas», para lo cual, dice, haría falta una alianza entre el Estado, la escuela y la familia». En su plataforma todavía no hay planes concretos al respecto. Las palabras suenan y resuenan, el debate se instala. Mientras tanto, la realidad avanza como topadora.
En todo el país, cada día mueren seis chicos de entre 15 y 24 años por causas violentas: o chocan, o los atropellan, o los agreden, o los asaltan, o se suicidan.
Las autoridades dicen que, directa o indirectamente, el uso de drogas legales e ilegales se esconde detrás de estas tragedias. Un diagnóstico para el que, todavía, no parece haber cura. ¿Recetas? Sobran.